lunes, 28 de febrero de 2011

El Arte de la Guerra

Arte de la Guerra
C A P I T U L O I - Sobre la evaluación
Sun Tzu dice: la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la
muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso manejarla bien.
No reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable
indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo que nos es mas querido; y
ello no debe ocurrir entre nosotros.
Hay que valorarla en términos de cinco factores fundamentales, y hacer comparaciones entre
diversas condiciones de los bandos rivales, con vistas a determinar el resultado de la guerra.
El primero de estos factores es la doctrina; el segundo, el tiempo; el tercero, el terreno; el
cuarto, el mando; y el quinto, la disciplina.
La doctrina significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante, de
modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro.
El tiempo significa el Ying y el Yang, la noche y el día, el frío y el calor, días despejados o
lluviosos, y el cambio de las estaciones.
El terreno implica las distancias, y hace referencia a dónde es fácil o difícil desplazarse, y si es
campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las posibilidades de supervivencia.
El mando ha de tener como cualidades: sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y
disciplina.
Por último, la disciplina ha de ser comprendida como la organización del ejército, las
graduaciones y rangos entre los oficiales, la regulación de las rutas de suministros, y la
provisión de material militar al ejército.
Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos por cada general. Aquel que los
domina, vence; aquel que no, sale derrotado. Por lo tanto, al trazar los planes, han de
compararse los siguiente siete factores, valorando cada uno con el mayor cuidado:
¿Qué dirigente es más sabio y capaz?
¿Qué comandante posee el mayor talento?
¿Qué ejército obtiene ventajas de la naturaleza y el terreno?
¿En qué ejército se observan mejor las regulaciones y las instrucciones?
¿Qué tropas son más fuertes?
¿Qué ejército tiene oficiales y tropas mejor entrenadas?
¿Qué ejército administra recompensas y castigos de forma más justa?
Mediante el estudio de estos siete factores, seré capaz de adivinar cual de los dos bandos
saldrá victorioso y cual será derrotado.
El general que siga mi consejo, es seguro que vencerá. Ese general ha de ser mantenido al
mando. Aquel que ignore mi consejo, ciertamente será derrotado. Ese debe ser destituido.
Tras prestar atención a mi consejo y planes, el general debe crear una situación que
contribuya a su cumplimiento. Por situación quiero decir que debe tomar en consideración la
situación del campo, y actuar de acuerdo con lo que le es ventajoso.
El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de
aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del
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enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca. Poner
cebos para atraer al enemigo.
Golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está seguro en
todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un
temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo.
Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta
desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando
no está preparado, y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el
estratega.
Ahora, si las estimaciones realizadas antes de la batalla indican victoria, es porque los cálculos
cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son más favorables que las
condiciones del enemigo; si indican derrota, es porque muestran que las condiciones
favorables para la batalla son menores. Con una evaluación cuidadosa, uno puede vencer; sin
ella, no puede. Muchas menos oportunidades de victoria tendrá aquel que no realiza cálculos
en absoluto.
Gracias a este método, se puede examinar la situación, y el resultado aparece claramente.
C A P I T U L O II - Sobre la iniciación de las acciones
Una vez comenzada la batalla, aunque estés ganando, de continuar por mucho tiempo,
desanimará a tus tropas y embotará tu espada. Si estás sitiando una ciudad, agotarás tus
fuerzas. Si mantienes a tu ejército durante mucho tiempo en campaña, tus suministros se
agotarán.
Las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas por mucho tiempo producirá
calamidades. Como se ha dicho: "Los que a hierro matan, a hierro mueren." Cuando tus tropas
están desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus fuerzas y tus suministros son escasos,
hasta los tuyos se aprovecharán de tu debilidad para sublevarse. Entonces, aunque tengas
consejeros sabios, al final no podrás hacer que las cosas salgan bien.
Por esta causa, he oído hablar de operaciones militares que han sido torpes y repentinas, pero
nunca he visto a ningún experto en el arte de la guerra que mantuviese la campaña por mucho
tiempo. Nunca es beneficioso para un país dejar que una operación militar se prolongue por
mucho tiempo.
Como se dice comúnmente, sé rápido como el trueno que retumba antes de que hayas podido
taparte los oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear.
Por lo tanto, los que no son totalmente conscientes de la desventaja de servirse de las armas
no pueden ser totalmente conscientes de las ventajas de utilizarlas.
Los que utilizan los medios militares con pericia no activan a sus tropas dos veces, ni
proporcionan alimentos en tres ocasiones, con un mismo objetivo.
Esto quiere decir que no se debe movilizar al pueblo más de una vez por campaña, y que
inmediatamente después de alcanzar la victoria no se debe regresar al propio país para hacer
una segunda movilización. Al principio esto significa proporcionar alimentos (para las propias
tropas), pero después se quitan los alimentos al enemigo.
Si tomas los suministros de armas de tu propio país, pero quitas los alimentos al enemigo,
puedes estar bien abastecido de armamento y de provisiones.
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Cuando un país se empobrece a causa de las operaciones militares, se debe al transporte de
provisiones desde un lugar distante. Si las transportas desde un lugar distante, el pueblo se
empobrecerá.
Los que habitan cerca de donde está el ejército pueden vender sus cosechas a precios
elevados, pero se acaba de este modo el bienestar de la mayoría de la población.
Cuando se transportan las provisiones muy lejos, la gente se arruina a causa del alto costo. En
los mercados cercanos al ejército, los precios de las mercancías se aumentan. Por lo tanto, las
largas campañas militares constituyen una lacra para el país.
Cuando se agotan los recursos, los impuestos se recaudan bajo presión. Cuando el poder y
los recursos se han agotado, se arruina el propio país. Se priva al pueblo de gran parte de su
presupuesto, mientras que los gastos del gobierno para armamentos se elevan.
Los habitantes constituyen la base de un país, los alimentos son la felicidad del pueblo. El
príncipe debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos públicos.
En consecuencia, un general inteligente lucha por desproveer al enemigo de sus alimentos.
Cada porción de alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te suministras a ti
mismo.
Así pues, lo que arrasa al enemigo es la imprudencia, y la motivación de los tuyos en asumir
los beneficios de los adversarios.
Cuando recompenses a tus hombres con los beneficios que ostentaban los adversarios los
harás luchar por propia iniciativa, y así podrás tomar el poder y la influencia que tenía el
enemigo. Es por esto par lo que se dice que donde hay grandes recompensas hay hombres
valientes.
Por consiguiente, en una batalla de carros, recompensa primero al que tome al menos diez
carros.
Si recompensas a todo el mundo, no habrá suficiente para todos, así pues, ofrece una
recompensa a un soldado para animar a todos los demás. Cambia sus colores (de los
soldados enemigos hechos prisioneros), utilízalos mezclados con los tuyos. Trata bien a los
soldados y préstales atención. Los soldados prisioneros deben ser bien tratados, para
conseguir que en el futuro luchen para ti. A esto se llama vencer al adversario e incrementar
por añadidura tus propias fuerzas.
Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde
vayas.
Así pues, lo más importante en una operación militar es la victoria y no la persistencia. Esta
última no es beneficiosa. Un ejército es como el fuego: si no lo apagas, se consumirá por sí
mismo.
Por lo tanto, sabemos que el que está a la cabeza del ejército está a cargo de las vidas de los
habitantes y de la seguridad de la nación.
C A P I T U L O III - Sobre las proposiciones de la victoria y la derrota
Como regla general, es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo. Capturar a sus
soldados para conquistarlos y dominas a sus jefes.
Un General decía: "Practica las artes marciales, calcula la fuerza de tus adversarios, haz que
pierdan su ánimo y dirección, de manera que aunque el ejército enemigo esté intacto sea
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inservible: esto es ganar sin violencia. Si destruyes al ejército enemigo y matas a sus
generales, asaltas sus defensas disparando, reúnes a una muchedumbre y usurpas un
territorio, todo esto es ganar por la fuerza."
Por esto, los que ganan todas las batallas no son realmente profesionales; los que consiguen
que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores maestros del Arte de
la Guerra.
Los guerreros superiores atacan mientras los enemigos están proyectando sus planes. Luego
deshacen sus alianzas.
Por eso, un gran emperador decía: "El que lucha por la victoria frente a espadas desnudas no
es un buen general." La peor táctica es atacar a una ciudad. Asediar, acorralar a una ciudad
sólo se lleva a cabo como último recurso.
Emplea no menos de tres meses en preparar tus artefactos y otros tres para coordinar los
recursos para tu asedio. Nunca se debe atacar por cólera y con prisas. Es aconsejable
tomarse tiempo en la planificación y coordinación del plan.
Por lo tanto, un verdadero maestro de las artes marciales vence a otras fuerzas enemigas sin
batalla, conquista otras ciudades sin asediarlas y destruye a otros ejércitos sin emplear mucho
tiempo.
Un maestro experto en las artes marciales deshace los planes de los enemigos, estropea sus
relaciones y alianzas, le corta los suministros o bloquea su camino, venciendo mediante estas
tácticas sin necesidad de luchar.
Es imprescindible luchar contra todas las facciones enemigas para obtener una victoria
completa, de manera que su ejército no quede acuartelado y el beneficio sea total. Esta es la
ley del asedio estratégico.
La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la
destrucción no se prolonga durante mucho tiempo, y en cada caso el enemigo es vencido por
el empleo de la estrategia.
Así pues, la regla de la utilización de la fuerza es la siguiente: si tus fuerzas son diez veces
superiores a las del adversario, rodéalo; si son cinco veces superiores, atácalo; si son dos
veces superiores, divídelo.
Si tus fuerzas son iguales en número, lucha si te es posible. Si tus fuerzas son inferiores,
mantente continuamente en guardia, pues el más pequeño fallo te acarrearía las peores
consecuencias. Trata de mantenerte al abrigo y evita en lo posible un enfrentamiento abierto
con él; la prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden llegar a cansar y
a dominar incluso a numerosos ejércitos.
Este consejo se aplica en los casos en que todos los factores son equivalentes. Si tus fuerzas
están en orden mientras que las suyas están inmersas en el caos, si tú y tus fuerzas están con
ánimo y ellos desmoralizados, entonces, aunque sean más numerosos, puedes entrar en
batalla. Si tus soldados, tus fuerzas, tu estrategia y tu valor son menores que las de tu
adversario, entonces debes retirarte y buscar una salida.
En consecuencia, si el bando más pequeño es obstinado, cae prisionero del bando más
grande.
Esto quiere decir que si un pequeño ejército no hace una valoración adecuada de su poder y
se atreve a enemistarse con una gran potencia, por mucho que su defensa sea firme,
inevitablemente se convertirá en conquistado. "Si no puedes ser fuerte, pero tampoco sabes
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ser débil, serás derrotado." Los generales son servidores del Pueblo. Cuando su servicio es
completo, el Pueblo es fuerte. Cuando su servicio es defectuoso, el Pueblo es débil.
Así pues, existen tres maneras en las que un Príncipe lleva al ejército al desastre. Cuando un
Príncipe, ignorando los hechos, ordena avanzar a sus ejércitos o retirarse cuando no deben
hacerlo; a esto se le llama inmovilizar al ejército. Cuando un Príncipe ignora los asuntos
militares, pero comparte en pie de igualdad el mando del ejército, los soldados acaban
confusos. Cuando el Príncipe ignora cómo llevar a cabo las maniobras militares, pero
comparte por igual su dirección, los soldados están vacilantes. Una vez que los ejércitos están
confusos y vacilantes, empiezan los problemas procedentes de los adversarios. A esto se le
llama perder la victoria por trastornar el aspecto militar.
Si intentas utilizar los métodos de un gobierno civil para dirigir una operación militar, la
operación será confusa.
Triunfan aquellos que:
Saben cuándo luchar y cuándo no
Saben discernir cuándo utilizar muchas o pocas tropas.
Tienen tropas cuyos rangos superiores e inferiores tienen el mismo objetivo.
Se enfrentan con preparativos a enemigos desprevenidos.
Tienen generales competentes y no limitados por sus gobiernos civiles.
Estas cinco son las maneras de conocer al futuro vencedor.
Hablar de que el Príncipe sea el que da las órdenes en todo es como el General solicitarle
permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea autorizado, ya no quedan
sino cenizas.
Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no
conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no
conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.
C A P I T U L O IV - Sobre la medida en la disposición de los medios
Antiguamente, los guerreros expertos se hacían a sí mismos invencibles en primer lugar, y
después aguardaban para descubrir la vulnerabilidad de sus adversarios.
Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabilidad del
adversario significa conocer a los demás.
La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario.
Por esto, los guerreros expertos pueden ser invencibles, pero no pueden hacer que sus
adversarios sean vulnerables.
Si los adversarios no tienen orden de batalla sobre el que informarse, ni negligencias o fallos
de los que aprovecharse, ¿cómo puedes vencerlos aunque estén bien pertrechados? Por esto
es por lo que se dice que la victoria puede ser percibida, pero no fabricada.
La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque.
Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios, oculta
tu propia formación de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte.
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Cuando los adversarios tienen órdenes de batalla vulnerables, es el momento de salir a
atacarlos.
La defensa es para tiempos de escasez, el ataque para tiempos de abundancia.
Los expertos en defensa se esconden en las profundidades de la tierra; los expertos en
maniobras de ataque se esconden en las más elevadas alturas del cielo. De esta manera
pueden protegerse y lograr la victoria total.
En situaciones de defensa, acalláis las voces y borráis las huellas, escondidos como
fantasmas y espíritus bajo tierra, invisibles para todo el mundo. En situaciones de ataque,
vuestro movimiento es rápido y vuestro grito fulgurante, veloz como el trueno y el relámpago,
para los que no se puede uno preparar, aunque vengan del cielo.
Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no constituye verdadera destreza. Todo
el mundo elogia la victoria ganada en batalla, pero esa victoria no es realmente tan buena.
Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo verdaderamente deseable es poder ver el
mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de
alcanzar la victoria donde no existe forma.
No se requiere mucha fuerza para levantar un cabello, no es necesario tener una vista aguda
para ver el sol y la luna, ni se necesita tener mucho oído para escuchar el retumbar del trueno.
Lo que todo el mundo conoce no se llama sabiduría; la victoria sobre los demás obtenida por
medio de la batalla no se considera una buena victoria.
En la antigüedad, los que eran conocidos como buenos guerreros vencían cuando era fácil
vencer.
Si sólo eres capaz de asegurar la victoria tras enfrentarte a un adversario en un conflicto
armado, esa victoria es una dura victoria. Si eres capaz de ver lo sutil y de darte cuenta de lo
oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la victoria así obtenida es un victoria fácil.
En consecuencia, las victorias de los buenos guerreros no destacan por su inteligencia o su
bravura. Así pues, las victorias que ganan en batalla no son debidas a la suerte. Sus victorias
no son casualidades, sino que son debidas a haberse situado previamente en posición de
poder ganar con seguridad, imponiéndose sobre los que ya han perdido de antemano.
La gran sabiduría no es algo obvio, el mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de ver
lo sutil, es fácil ganar; ¿qué tiene esto que ver con la inteligencia o la bravura? Cuando se
resuelven los problemas antes de que surjan, ¿quién llama a esto inteligencia? Cuando hay
victoria sin batalla, ¿quién habla de bravura?
Así pues, los buenos guerreros toman posición en un terreno en el que no pueden perder, y no
pasan por alto las condiciones que hacen a su adversario proclive a la derrota.
En consecuencia, un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después; un ejército
derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria después.
Esta es la diferencia entre los que tienen estrategia y los que no tienen planes premeditados.
Los que utilizan bien las armas cultivan el Camino y observan las leyes. Así pueden gobernar
prevaleciendo sobre los corruptos.
Servirse de la armonía para desvanecer la oposición, no atacar un ejército inocente, no hacer
prisioneros o tomar botín par donde pasa el ejército, no cortar los árboles ni contaminar los
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pozos, limpiar y purificar los templos de las ciudades y montañas del camino que atraviesas,
no repetir los errores de una civilización decadente, a todo esto se llama el Camino y sus
leyes.
Cuando el ejército está estrictamente disciplinado, hasta el punto en que los soldados morirían
antes que desobedecer las órdenes, y las recompensas y los castigos merecen confianza y
están bien establecidos, cuando los jefes y oficiales son capaces de actuar de esta forma,
pueden vencer a un Príncipe enemigo corrupto.
Las reglas militares son cinco: medición, valoración, cálculo, comparación y victoria. El terreno
da lugar a las mediciones, éstas dan lugar a las valoraciones, las valoraciones a los cálculos,
éstos a las comparaciones, y las comparaciones dan lugar a las victorias.
Mediante las comparaciones de las dimensiones puedes conocer dónde se haya la victoria o la
derrota.
En consecuencia, un ejército victorioso es como un kilo comparado con un gramo; un ejército
derrotado es como un gramo comparado con un kilo.
Cuando el que gana consigue que su pueblo vaya a la batalla como si estuviera dirigiendo una
gran corriente de agua hacia un cañón profundo, esto es una cuestión de orden de batalla.
Cuando el agua se acumula en un cañón profundo, nadie puede medir su cantidad, lo mismo
que nuestra defensa no muestra su forma. Cuando se suelta el agua, se precipita hacia abajo
como un torrente, de manera tan irresistible como nuestro propio ataque.
C A P I T U L O V - Sobre la firmeza
La fuerza es la energía acumulada o la que se percibe. Esto es muy cambiante. Los expertos
son capaces de vencer al enemigo creando una percepción favorable en ellos, así obtener la
victoria sin necesidad de ejercer su fuerza.
Gobernar sobre muchas personas como si fueran poco es una cuestión de dividirlas en grupos
o sectores: es organización. Batallar contra un gran número de tropas como si fueran pocas es
una cuestión de demostrar la fuerza, símbolos y señales.
Se refiere a lograr una percepción de fuerza y poder en la oposición. En el campo de batalla se
refiere a las formaciones y banderas utilizadas para desplegar las tropas y coordinar sus
movimientos.
Lograr que el ejército sea capaz de combatir contra el adversario sin ser derrotado es una
cuestión de emplear métodos ortodoxos o heterodoxos.
La ortodoxia y la heterodoxia no es algo fijo, sino que se utilizan como un ciclo. Un emperador
que fue un famoso guerrero y administrador, hablaba de manipular las percepciones de los
adversarios sobre lo que es ortodoxo y heterodoxo, y después atacar inesperadamente,
combinando ambos métodos hasta convertirlo en uno, volviéndose así indefinible para el
enemigo.
Que el efecto de las fuerzas sea como el de piedras arrojadas sobre huevos, es una cuestión
de lleno y vacío.
Cuando induces a los adversarios a atacarte en tu territorio, su fuerza siempre está vacía (en
desventaja); mientras que no compitas en lo que son los mejores, tu fuerza siempre estará
llena. Atacar con lo vacío contra lo lleno es como arrojar piedras sobre huevos: de seguro se
rompen.
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Cuando se entabla una batalla de manera directa, la victoria se gana por sorpresa.
El ataque directo es ortodoxo. El ataque indirecto es heterodoxo.
Sólo hay dos clases de ataques en la batalla: el extraordinario por sorpresa y el directo
ordinario, pero sus variantes son innumerables. Lo ortodoxo y lo heterodoxo se originan
recíprocamente, como un círculo sin comienzo ni fin; ¿quién podría agotarlos?
Cuando la velocidad del agua que fluye alcanza el punto en el que puede mover las piedras,
ésta es la fuerza directa. Cuando la velocidad y maniobrabilidad del halcón es tal que puede
atacar y matar, esto es precisión. Lo mismo ocurre con los guerreros expertos: su fuerza es
rápida, su precisión certera. Su fuerza es como disparar una catapulta, su precisión es dar en
el objetivo previsto y causar el efecto esperado.
El desorden llega del orden, la cobardía surge del valor, la debilidad brota de la fuerza.
Si quieres fingir desorden para convencer a tus adversarios y distraerlos, primero tienes que
organizar el orden, porque sólo entonces puedes crear un desorden artificial. Si quieres fingir
cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser
extremadamente valiente, porque sólo entonces puedes actuar como tímido de manera
artificial. Si quieres fingir debilidad para inducir la arrogancia en tus enemigos, primero has de
ser extremadamente fuerte porque sólo entonces puedes pretender ser débil.
El orden y el desorden son una cuestión de organización; la cobardía es una cuestión valentía
y la de ímpetu; la fuerza y la debilidad son una cuestión de la formación en la batalla.
Cuando un ejército tiene la fuerza del ímpetu (percepción), incluso el tímido se vuelve valiente,
cuando pierde la fuerza del ímpetu, incluso el valiente se convierte en tímido. Nada está fijado
en las leyes de la guerra: éstas se desarrollan sobre la base del ímpetu.
Con astucia se puede anticipar y lograr que los adversarios se convenzan a sí mismos cómo
proceder y moverse; les ayuda a caminar por el camino que les traza. Hace moverse a los
enemigos con la perspectiva del triunfo, para que caigan en la emboscada.
Los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla a partir de la fuerza del ímpetu
(percepción) y no dependen sólo de la fuerza de sus soldados. Son capaces de escoger a la
mejor gente, desplegarlos adecuadamente y dejar que la fuerza del ímpetu

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